martes, 17 de agosto de 2010

En cuanto se parece
este miedo a la muerte
que me ata las manos
con garras invisibles,
que no entiende razones
y que vuelve inservibles
todos los sentimientos
ajenos a la pena.
La carne se hace fría
y se detiene el alma
ya sólo soy un cuerpo
sentado en una esquina.
Si la sangre no fluye
haré latir la tinta,
si mis ojos no miran
te veré en mi deseo.
No sé nada de tiempos
pero no falta mucho:
todo mi citoplasma
reirá una mañana
y sabré con certeza
que esta herida ha cerrado
y que la pesadilla
al fin a terminado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario